Siempre con María

Esther, desde Santa María de la Paz, nos describe la visita de Emilio de Villota.

Hoy es el día. Sobre las 17.00 recibiremos en nuestro Centro a un grupo de amigos, algunos ya son de la casa y los sentimos así, otros como Alfonso (Jiménez Prado) y Emilio visitarán nuestras instalaciones por primera vez (y estamos convencidos de que no será la última).

En Santa María de la Paz se respira cierto alboroto porque hemos anunciado que esta tarde el gran Emilio de Villota compartirá con nosotros su experiencia de vida. Algún residente está extrañado porque sabe que ese encuentro debe llevar implícito algo más grande, no puede ser solo (que ya sería mucho) rememorar la trayectoria profesional de este gran piloto… (no se equivoca)

Y de repente están en casa, en esta casa que es la de todos. Y me sorprende la cercanía con la que se presenta, un poco tímido, expectante ante lo que queríamos mostrarle de nuestro Hogar y muy generoso en su conversación y atención.

A Emilio le gustan las cosas bien hechas, eso es algo que pudimos apreciar desde el principio. Se preocupa por los detalles, mima cada gesto para que el resultado sea óptimo y disfruto viendo cómo se ocupa de que ese regalo que hoy nos ofrece sea digno de sus espectadores.

Hoy no hablará ante un público selecto y refinado y él lo sabe, no le importa (es posible que intuya que ellos serán los más permeables). Quiere llevar el Legado de María a personas que necesitan más que nadie en el mundo, dar sentido a una vida en muchos casos carente de rumbo y en otros casos truncada o rota.

Los Residentes comienzan a aparecer y ocupar las primeras filas del espacio donde podremos disfrutar del encuentro. También voluntarios y trabajadores, ya está todo listo.

Alfonso Jiménez Prado nos sitúa ante un recorrido a través del cual conocemos a María, su vida personal y profesional (desprende admiración y cariño sincero). Empezamos a conocer a la María solidaria, la que a pesar de haber visto truncada su vida el mismo día que cumplió su sueño, no perdió su sonrisa.

Los residentes del albergue empiezan a emocionarse, quizá porque ven reflejados en una mujer (maravillosa), guapa, triunfadora, en lo más brillante de su trayectoria profesional, una similitud con ellos mismos. Un día cualquiera la vida se rompe y deja de tener sentido.

La proyección del video nos agita por dentro. En escasos segundos (como si fuéramos también pilotos de fórmula 1) pasamos de sentir la angustia de ese trágico día a la emoción intensa de su recuperación y el dolor del desenlace.

Emilio se convierte en emoción en estado puro.

Nos cuenta desde el orgullo de padre como vivió la capacidad de superación de su hija y como ese accidente fue el principio de la felicidad y el sentido de su vida.

María podría haberse roto por dentro al igual que por fuera ese día, pero no… empezó a vivir, dicho con sus propias palabras. Ante una tragedia, creció y encontró su norte.

Los residentes escuchaban sin comprender del todo, como un padre puede revivir el inmenso dolor de aquella tragedia y la conclusión a la que llegamos juntos, en las muchas conversaciones posteriores, es que la causa merece la pena. Merece la pena transmitir su Legado, su ejemplo de vida, lo bueno que su ejemplo puede contagiar. Es tanto el bien que hace, que un padre generoso sacrifica su “llorar por dentro” (como me dijo el mismo Emilio) por si acaso, algún residente ve un poquito de luz gracias a María, dentro del desánimo que a veces se impone en un Centro de Personas sin Hogar.

Gracias por tanto, Emilio.

Gracias por María.

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